Una de las cosas que Fire Emblem siempre ha hecho bien es mostrarte el conflicto de la guerra desde distintos puntos de vista.
De ese modo, es posible que pienses que todo es trágico, y ninguna guerra vale la pena nunca. Provoca empatía, sin duda alguna, y te hace pensar desde el punto de vista de varios personajes lo difícil que es liderar.
En Fire Emblem Three Houses eres maestro de tres futuros líderes de las distintas regiones de Fódlan. Todos ellos cargan con el peso de la historia: los deseos de sus familias, sus profundas creencias, y el bienestar de sus pueblos.
Pero el mundo de Fódlan también es claramente uno dividido en ideologías con las cuáles es difíciles de congeniar, e imposible no ver el paralelo con nuestra misma sociedad.
Una guerra de clases en Fire Emblem Three Houses
En Fódlan, la sociedad está dividida entre “plebeyos” y “nobles”. Normalmente los plebeyos jamás tendrían acceso a la educación que los nobles reciben en la Academia de Oficiales. De hecho, éste es un punto de contención entre los distintos personajes en varios momentos.
Esto se ve particularmente entre Dorothea, quien es una plebeya que creció en las calles, y Ferdinand, que es un noble altamente orgulloso de ser noble. Dorothea sabe que es solamente gracias a que es “útil” a los nobles que es capaz de estudiar en esta escuela, y de cierto modo resiente todo lo que Ferdinand representa. Aunque personalmente no le haya hecho nada.
Por otro lado los nobles tienen acceso a la educación, riquezas y una vida, digamos, cómoda. Al menos en comparación.
La diferencia entre nobles y plebeyos no es una de talento, específicamente. Si no que es común entre los nobles heredar “crestas” que les entregan ciertas habilidades en combate. Por ejemplo, algunas crestas te permiten atacar dos veces, o curar más de lo normal.
En cuestión de gameplay es mucho mejor tener crestas que no tenerlas.
Sin embargo, poco a poco te enteras que éstas crestas son fuente de conflicto no sólo entre clases, sino entre individuos. Éstas son tan deseadas que padres están dispuestos a torturar a sus hijos o abandonarlos si no las tienen. Son tan preciadas que se inician guerras por ellas. Y de hecho, ya que las crestas son más útiles cuando se está en guerra, uno puede preguntarse si aquellos con crestas no prefieren estar en continua guerra para ser más “útiles”.
Y este es un conflicto que Edelgard reconoce de manera personal (ella fue torturada para obtener una segunda cresta). No sólo eso, sino que Edelgard no cree en el sistema de castas que ha existido durante un milenio. Como heredera al trono del Imperio Adrestian, está más que consciente del sistema de clases que existe en Fódlan.
Para ella, es el trabajo individual, y no tu posición de nacimiento lo que debería de mostrar tu éxito en el mundo. Es decir, Edelgard es una revolucionaria medieval, rebelándose contra la organización de la sociedad desde un punto de privilegio. ¡Es maravillosa!
La iglesia no debería tener poder en el estado
Y más allá de las Crestas, Fódlan es una región controlada fuertemente por la religión y por la iglesia. Después de todo, también son los dioses la fuente de esas crestas que tanto conflicto causan en la sociedad. El poder, además, está centralizado en una sola figura, a pesar de que cada región cuenta con su propio líder.
Por eso Edelgard quiere eliminar a los dioses de Fódlan, y dejar que los humanos controlen su propio destino. Edelgard bien podría ser Benito Juárez, ya que lo que pide es la separación total de la iglesia y el estado.
Lo que me sorprendió enormemente de este Fire Emblem es que Edelgard está dispuesta a decir este tipo de cosas de manera directa. Usualmente estos temas se manejan de manera metafórica o indirecta en estos títulos, pero esta vez no hay nada velado en algunos de sus diálogos. Tal cual dice que mejorará la sociedad al deshacerse de la religión. ¡Blasfemia! La amo.
A mí no me cabe duda de que los propósitos de Edelgard son los correctos, y que el resultado de su revolución será mejor que el estado actual de las cosas. Sin embargo, Fire Emblem Three Houses hace un buen trabajo en mostrarte el precio de la revolución.
De repente te encuentras en el campo de batalla con tus propios alumnos, quienes sabes que son buenas personas, con sus propias motivaciones e ideas. Pero están en lados opuestos de esta guerra ideológica, y a veces no hay punto de encuentro. Si quieres obtener una mejor sociedad, alguien tiene que pagar el precio.
Al final, Edelgard es emperatriz revolucionaria, pero al mismo tiempo tiene las manos manchadas de la sangre. ¿Fue la decisión correcta? Yo creo que sí. Pero al mismo tiempo no puedo evitar acordarme de los inocentes que murieron para llegar a este punto.
Intelligent Systems sabe lo que hace
Que Fire Emblem Three Houses muestre estas ideas profundamente políticas y al mismo tiempo tenga espacio para waifus y husbandos, además de un gameplay adictivo, es muestra de la maestría de Intelligent Systems en este género.
Y si me preguntan si deben jugarlo, la respuesta es desde luego sí. Y si me preguntan cuál es la mejor ruta, no tendré otra opción que decirles que Edelgard y las Black Eagles. ¡Viva la revolución!